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Tribuna - Una contribución de B. Fernández Bogado

El fin de un tirano que proscribió a un país

Artículo publicado el 17/08/2006 Ultima actualización el 17/08/2006 11:43 TU

Fachada de Radio Libre, en Asunción, con la "antorcha de la libertad"Foto: R. Libre

Fachada de Radio Libre, en Asunción, con la "antorcha de la libertad"
Foto: R. Libre

Publicamos a continuación una contribución de Benjamín Fernández Bogado, abogado y periodista paraguayo, director en Asunción de Radio Libre, emisora asociada a Radio Francia Internacional.

La noticia de la muerte de Alfredo Stroessner no sorprendió a nadie en el país donde gobernó con mano de hierro por 35 años. Se esperaba el desenlace luego de que su medico confirmara antes de ayer que el anciano ex dictador de 93 años  solo pesaba 45 kilos. Muy poco para el tremendo daño que había hecho en esta nación. Era el anuncio final,  para el hijo de un tenedor de libros de origen bávaro casado con una paraguaya y que bajo el lema de “paz y progreso” hizo de la corrupción, el exilio, la persecución y la muerte el mecanismo de sometimiento eficaz que solo terminó con los cañones de su consuegro el general Andrés Rodríguez un 3 de febrero de 1989.

Desde ahí pasaron 17 años en Brasil con una sola entrevista otorgada al diario británico “The Independent” para luego repetir una y otra vez que le estaba prohibido hacer declaraciones según el mandato del país que lo acogió en pago de los grandes favores otorgados durante su gobierno de casi cuatro décadas. Brasil había obtenido ventajas en el tratado de construcción de la mayor presa hidroeléctrica del mundo, Itaipú a un costo de 20.000 millones de dólares y había desplazado las preferencias políticas paraguayas de la Argentina, cuyo gobierno militar había apoyado un levantamiento en contra suya a comienzos de la década del 60.

Con la muerte de Stroessner desaparece un icono físico pero quedan claramente sus formas y maneras de gobernar. La corrupción, su peor legado, sigue intacto. Stroessner decía a “a los amigos todo, a los tibios la ley y a los enemigos palos”. Fue un astuto jugador de la guerra fría. Se alió a los EEUU y se declaró un ferviente anticomunista fortaleciendo su relación con otros dictadores mas connotados de la región. Disfrutó de la comodidad del silencio y el poco interés que sobre el Paraguay habían puesto organismos e instituciones que luchaban por los derechos humanos. Era la dictadura silenciosa, la que prohibía que dos personas juntas hablaran en las calles, la que impedía visitar países con los que no se mantenían relaciones diplomáticas, la que perseguía el pensamiento libre y los libros eran confiscados, las bibliotecas allanadas y los medios de comunicación severamente controlados. Stroessner hizo del miedo la segunda piel de millones de paraguayos que algunos aún lo recuerdan con la misma nostalgia que los rusos memoran con carteles el gobierno de Stalin. “Se vivía bien si uno no se metía en política” afirmaban los nostálgicos que repartían pegatinas mientras exclamaban que “eran felices pero no lo sabían”. Curiosa manera de definir su adherencia a la dictadura que por esa autoconfesión muestra que ni la felicidad de los fieles era posible expresarlas.

Fue la dictadura del silencio, del olvido y de la mediocridad. Su gobierno invirtió en 35 años la criminal cantidad del 1% del Producto Interno Bruto. Se mofaba de los mejor educados de su gabinete humillándolos frente a su cohorte de analfabetos que lo adulaban y lo apoyaban. Tenía un profundo resentimiento de los que sabían, a los que primero intentaba coaptarlos y, cuando no, los perseguía o los humillaba frente a sus mas cercanos amigos, todos ellos analfabetos.

Alfredo Stroessner, de quien dicen sus biógrafos abandonó su pieza de artillería en la batalla de Boquerón en la guerra contra Bolivia (1932-35) o el que retornó al país en la valijera de un viejo auto americano que lo rescató de la frontera argentina para ponerlo por unos meses en el poder que luego, para escarnio de sus rescatadores, se transformó en persecución, exilio o muerte. Era astuto, selectivo en su persecución. Casi no había una sola familia que no haya tenido alguien a quien él ejemplarmente castigó para escarnio y ejemplo de los otros. Lascivo en su conducta, disfrutaba de un harén de jóvenes adolescentes que uno de sus conspicuos adherentes preparaba para su disfrute sexual. Terminó enamorado de una de ellas, de 14 años, con quien tiene dos hijas y que fueron llamadas para participar de su agonía en Brasilia en un acto de misericordia de su hijo mayor, un ex coronel de la fuerza aérea. Todo casamiento de oficiales de las fuerzas armadas era autorizado por él y muchas veces sus ex amantes forzadas a casarse con militares en un acto que implicaba sujeción y humillación al mismo tiempo. Stroessner era implacable con sus adversarios a los que calificaba como enemigos de la república. Fue reelecto seis veces con una oposición complaciente y acabó rompiendo el equilibrio en el Partido colorado, que lo apoyó durante toda su gestión cuando sostuvo decididamente la toma del poder partidario por los denominados “militantes stronistas” que en 1987 preanunciaron su caída, que se daría dos años después.

La paz de los cementerios duró su buen tiempo. Extrañado por algunos que dicen que la democracia gerenciada por muchos de sus ex colaboradores cercanos no ha podido conseguir la tranquilidad de “dormir con las puertas abiertas”. Sin embargo, la economía paraguaya había caído a números menores del 2% de crecimiento a comienzos de la década de los ochenta, finalizada la construcción de la presa de Itaipú y la de Yacyretá y los indicios de disconformidad ya eran indisimulables. Había utilizado el asesinato del dictador nicaragüense Somoza (1980) para realizar una “razzia” contra sus adversarios políticos y extendido el temor por unos años más hasta que, en 1989, después de varias horas de fiero combate, se entregaba en calidad de prisionero a las triunfantes fuerzas de la división de Caballería, no pudiendo entender que su consuegro haya estado detrás del cruento golpe de estado que puso fin a su mandato. Brasil le concedió asilo. Primero fue Uberaba, luego Guaratuba para finalmente terminar sus días en Brasilia, la misma ciudad construida por Juscelino Kubishek a quien dio refugio, al igual que a Perón, en territorio paraguayo.

Sus tiempos de exiliado pasaban entre los programas de Xuxa, una animadora infantil de curvilíneas formas que atrapaba la atención de la audiencia mayor, y los juegos del Corinthians, uno de los equipos de San Pablo. En Paraguay, irónicamente, era seguidor del Club Libertad. Se lo intentó traer al Paraguay en calidad de extraditado por sus múltiples violaciones de derechos humanos pero los exhortos de la justicia paraguaya eran rechazados de manera constante por “defectos de forma”. En realidad, la clase gobernante local tampoco quería que el molestoso tirano que los moldeó viniera a hablar y a inquietar los fantasmas del pasado.

Murió Stroessner, la crónica simple de un símbolo de la dictadura latinoamericana. Pero su modelo de gobierno, su forma de establecimiento del poder, sus relaciones corruptas con narcotráfico, el contrabando y la piratería siguen intactos casi como una ironía  en un país absurdamente olvidado al que el tuvo la capacidad de proscribirlo en el silencio, la ignominia y el miedo.

Benjamin Fernandez Bogado

Abogado y periodista Paraguayo

Director de Radio Libre

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