Un teatro transformado en gabinete de curiosidades: así decoró Jacques García, con el talento que lo caracteriza, el acogedor Palais Royal para que el diseñador Franck Sorbier luciera los maravillosos y refinados trajes a los que nos tiene acostumbrados. Un esqueleto dorado; una silla de madera de pera ennegrecida, decorada con motivos dorados, típica de la época Napoleón III; un arpa dorada; dos espejos que reflejaban ángulos diferentes de las modelos; y, como fondo, una especie de plancha de surf muy grande, probablemente  inspirada en el arte primitivo de África, continente por el que Franck Sorbier siente una gran pasión.

El telón subía y bajaba para descubrir a cada maniquí como si fuera un personaje de un retablo barroco: una Virgen viviente, con el Niño en los brazos, lucía un conjunto de túnica con mangas amplias y pantalón de pierna ancha, en tafetán rojo bordado con hilo de oro. Una rubia envuelta en un traje fourreau de encaje blanco, con cuello alto, apareció sentada en la silla Napoleón III. En sus brazos, palomas mensajeras blancas  enriquecían  este cuadro onírico... Otra subida de telón: una bailarina con tutú blanco se inclina sobre un caballo pony, también blanco, un poco nervioso por estar allí. Pero no importa, la modelo lo controla muy bien y el efecto ensoñador llega al público que aplaude enérgicamente.

Franck Sorbier, puro lujo, como debe ser tratándose de Alta Costura, propone para la Primavera-Verano 2007 a sus mujeres de siempre: elegantes, vestidas para grandes ocasiones. El encaje predomina en esta colección, la organza, la lana fría, el satén. Bordados con perlas, plumas, corales negros, canutillo y hasta caracoles. Las joyas de la casa Cartier, como un collar en oro amarillo, con 75 perlas cultivadas y mil 60 diamantes, añadieron brillo a esta refinada colección.

Un espacio de Silvia Celi